Hace mucho tiempo, en el reino de Sojalandia vivía un legislador portentoso, de esos que se creen intocables y pasean por la vida como si fueran los dueños del circo y los payasos, a la vez. Este buen señor, al que llamaremos "Don Legis", tenía una obsesión peculiar: el helado de "sambayón con quinoto". Sí, así como lo escuchan, esa combinación extravagante que nadie más pedió en todo la historia de la heladería universal.
Cada vez que Don Legis visitaba la heladería con su séquito de lacayos, y solicitaba su caprichoso gusto, los heladeros lo miraban como si les hubiera crecido una tercera oreja. Le explicaban que era un sabor tan raro y extravagante que nadie, absolutamente nadie lo pedía. Por eso no valía la pena producirlo y tenerlo en stock. Pero el obstinado Don Legis no aceptaba un "no" por respuesta.
En un alarde de creatividad legislativa, nuestro querido leguleyo ideó un proyecto de ley que obligaría a todas los expendios helados de la república a incluir el sabor "sambayón con quinoto". ¡Sí, leyeron bien! Era como si quisiera imponer su gusto personal a toda la nación y convertirlo en una cuestión de identidad nacional. Pues bien, para sorpresa de propios y extraños, tocando y aceitando un poquito aquí y allá, el proyecto de Don Legis fue promulgado y el hombre se regodeó en su triunfo. ¡Ya nunca más le negarían su helado favorito!
Pero lo que Don Legis ignoraba era que, los heladeros con el tiempo y la astucia del privado de libertad, desarrollarían sus propias artimañas para sortear su reglamento. Así fue que, cuando las heladerías se encontraban desabastecidas de quinotos y no querían enfrentar multas o la ira de Don Legis, recurrían a una astucia. Detrás del mostrador, en la penumbra, mezclaban quinotos al whisky con sambayón y, con una sonrisa pícara, se lo entregaban al legislador como si fuera su ansiado sabor. ¡El engaño perfecto! Don Legis nunca se enteraba de la trampa en la que había caído.
Pero como en toda historia, llegó el día en que las cosas se torcieron. Por un descuido o un error en la mezcla, el engaño se hizo evidente y Don Legis estalló en cólera. Promulgó una ley furibunda que dictaminaba que el único sabor de helado permitido en todo el territorio de Sojalandia sería el "sacrosanto sambayón con kinotos". ¡Hasta le agregaron un pomposo pompón al nombre para que sonara aún más importante!
Lo que sucedió después fue digno de una película de gángsters. Al día siguiente, las heladerías se convirtieron en centros de contrabando y traficantes heladeros. En las sombras, los heladeros, como si fueran Al Capone con cucuruchos en la frente, intercambiaban gustos prohibidos y se convertían en los auténticos narcos del mundo de los helados.
Así que, amigos míos, en este enredo digno de una tragicomedia, Don Legis consiguió su helado predilecto, sí, pero a un precio muy alto. Su obsesión desmedida desató una ola de delincuencia helada en Sojalandia que cambió el destino del reino para siempre. Y lo peor de todo es que nunca supo que había sido el blanco perfecto de un engaño frío y sabroso.
Hace falta Moraleja? Ahí va una literal: cuando la pasión por un helado choca con la estupidez legislativa, el resultado puede ser más amargo que un sorbete de cacona.